martes, 17 de enero de 2017

Por despecho.

Mis párpados comenzaron a despegarse, lentamente. No recordaba el momento exacto en el que me había dormido, pero sí que la película que estaba viendo me estaba aburriendo soberanamente. Y es que todos los sábados por la tarde daban la misma pero con diferente nombre.
Una extraña sensación invadió mi cuerpo y mi vista se fue, de manera automática, hacia el bonito sofá de color gris claro que había comprado hacía poco.
Casi se me sale el corazón por la boca al ver a mi madre ahí sentada. Me miraba sonriente.
—¡Joder, mamá, casi me matas del susto! —Exclamé.
Mi madre comenzó a reír, no era la primera vez entraba en casa mientras yo estaba dormida. Lo sabía porque en muchas ocasiones me había encontrado bolsas de supermercado llenas de ropa recién planchada encima de la barra que servía de mesa, y a la vez delimitador, entra la cocina y el salón. Y es que yo tenía mal despertar —si me despertaban—, era consciente de que ni yo misma sería capaz de aguantarme con ese carácter, pero qué querían que hiciera, me salía solo. Sabía que mi madre entraba con su llave sin avisar. Ella misma era prudente de entrar en horarios en los que yo le había dado mi beneplácito de venir sin decirme nada. No me iba a pillar con un hombre a esas horas, ni montando una fiesta loca. Es más, agradecía su presencia pues normalmente me llegaba a sentir algo sola. Pero era raro que me viera durmiendo y se quedara.
—¿Y eso que te has quedado aquí sentada? ¿Te encuentras bien? ¿Va todo bien? —Las preguntas me salían casi con la misma facilidad que el aire.
—Estoy genial, todo va fenomenal.
—¿Entonces?
Volvió a sonreír.
—Perdona —dije de inmediato—, sabes que adoro que vengas a verme. Cada vez tus visitas son menos frecuentes, ojalá me despertara más veces y te viera ahí.
—Hija, no digas eso. Tú eres una mujer independiente, no me hagas creer que necesitas a una vieja como yo.
—Sabes que es verdad —Me levanté—. ¿Quieres una taza de café o algo?
Negó con la cabeza al mismo tiempo que me miraba mientras iba a la cocina a prepararme uno para mí. Introduje una cápsula en una de esas maquinitas que lo hacen al instante y te ofrecen un café con sabor a mierda pero, eso sí, rápido y sin esfuerzo. Volví hacia el salón, mi madre se había levantado y miraba las fotos de las estantería.
La tenía repleta, sobre todo mías, de mis hermanos y de mis sobrinos. Adoraba a mis sobrinos. Para ellos yo era la tita Pilar, una tía guay, joven y divertida que les consentía todo.
—Te veo algo melancólica hoy, mamá.
Ella se giró y me miró sin perder la sonrisa.
—No, hija, te aseguro que no estoy melancólica, es solo que me gusta veros a todos juntos. Tu estantería parece la cena de Nochebuena.
—Respecto a eso, mamá. Este año no sé cómo lo tendré con las guardias, normalmente sabes que me dejan ese noche libre, pero este año, con los recortes…
—Necesito que me prometas que irás —su rostro se tornó algo serio.
—¿Mamá?
—Hazlo, por favor.
Dudé unos instantes sobre qué responder. Aquello me había pillado fuera de juego. El primer año le comenté esa posibilidad y no pareció importarle tanto.
—Está bien, haré lo que pueda. Bueno, qué coño, te prometo que estaré.
Sonrió.
Volvió a sentarse.
—¿Sabes, hija? He estado pensando. Me han asaltado cientos de recuerdos que me han hecho feliz a lo largo de estos años y, es curioso, casi siempre me vienes tú a la mente. No es que con tus hermanos no consiga algo parecido, pero contigo es algo distinto.
—Pero, mamá, si siempre vas diciendo que yo he sido la que más quebraderos de cabeza te ha dado —contesté divertida.
—Eso es cierto —replicó ella imitando mi gesto—, pero quizá haya sido por eso por lo que te cuento esto. Hace mucho tiempo que me di cuenta de que eres una de las mujeres más fuertes e independientes con las que me he topado. Y has salido de mí, eso no me puede tener más orgullosa.
—Joder, me vas a hacer llorar —dije emocionada.
—No quiero eso, hija, quiero que sonrías. Sólo quería decirte lo orgullosa que estoy de ti, de cómo has sabido siempre resolver tus propios problemas, de cómo a pesar de querer siempre ayudarte, desoías mis consejos y hacías lo que te daba la gana. Te equivocabas, sí, pero tú misma eras capaz de reponerte tras esos errores. Tus hermanos me han necesitado más, tú no.
La miré enternecida, no entendía aquel arrebato de emociones por su parte, pero me gustaba. Hacía mucho que nadie me hacía sentir así. Decidí seguirle el juego recordando momentos como los que ella nombraba.
—Como cuando me casé con Carlos. ¿Cómo era la frase que no parabas de repetir?
—Que lo hiciste por despecho.
—Exacto, por despecho. Y tenías razón, lo hice para quitarme la espinita de Juan Carlos. No parabas de insistirme en que no lo hiciera, que ese matrimonio no llegaría a ninguna parte y lo iba a pasar mal.
—Así es, lo hice. Y no fallé. Todo ocurrió tal cual dijiste.
—Pero no me preocupó, ¿sabes? Mi deber como madre era advertirte, pero sabía que tú sola podrías llevar la situación. Te dolió, lo sé. A punto estuve de ponerte mi hombro para que lloraras, de decirte que te lo dije, pero no. De sobra sabía que podrías salir.
—Tú me enseñaste a ser así, mamá, tú me has hecho como soy.
Me miró triste. Eso hizo que el corazón se me encogiera.
—Prométeme que no cambiarás —me dijo—. Prométeme que seguirás siendo así. Hija, caerás muchas veces, lo sabes, no te puedo mentir. Pero prométeme que siempre hallarás la fuerza y el valor para levantarte.
No sabía que responderle. Sabía la respuesta que esperaba, pero aquella conversación me estaba poniendo nerviosa por momentos.
El timbre del teléfono móvil sonó, ayudándome en tan incómoda situación.
—Espera un segundo, mamá. He de contestar.
Me acerqué hasta la mesa, la pantalla estaba iluminada y mostraba el nombre de mi hermana.
Descolgué.
—Dime —no era la alegría de la huerta precisamente hablando por teléfono.
Mi hermana lloraba al otro lado.
Mi corazón se aceleró de inmediato, aquello no me gustaba nada.
—¿Qué pasa? —Pregunté nerviosa.
—Ha pasado algo… —respondió entre sollozos.
—¡Joder cuéntame!
—Mamá, ha…
—No me jodas, que mamá está —la corté de repente y miré a mi alrededor. No había nadie.
Ya no escuché lo que dijo mi hermana al otro lado, el teléfono se me cayó al suelo, desmontándose en tres partes.
Comencé a llorar como hacía años que no lo hacía, ahora lo entendía.
Tras un grito de desesperación y rabia, escupí las únicas palabras que era capaz de pronunciar.
—Te lo prometo, mamá.

Seguí llorando.

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